El Mundial de Qatar ya tiene su propia identidad futbolística: es el que en el período más corto de tiempo -apenas tres días- dos de los grandes favoritos a ganar la Copa del Mundo perdieron sorpresivamente ante rivales objetivamente menores en cuanto a tonelaje deportivo: Argentina frente a Arabia Saudita (2-1), y Alemania ante Japón (2-1).
Y más allá de las inconducentes discusiones de si la manera de jugar de ambas escuadras que lograron victorias fueron o no brillantes (es un tema que sólo es relevante a la hora de definir gustos futbolísticos propios) hay que decir que ambas escuadras asiáticas, con sus recursos y propuestas, fueron justos ganadores de sus partidos. No ganaron por aplicar el juego sucio ni menos amparados por el arbitraje. Fueron capaces de vencer con las jugadas justas y en los momentos precisos.
Estos triunfos, en todo caso, no hay que verlos aún como señales inequívocas ni menos como tendencias: Arabia Saudita y Japón no son ni de cerca hoy selecciones potentes o parte de la elite. Ganaron encuentros en los cuales no eran favoritos e intentar construir una hipótesis a partir de estos resultados es peligroso. Más bien, un error.
¿Qué pasó, entonces?
Simplemente algo que no es poco habitual en los mundiales: Arabia Saudita y Japón dieron la sorpresa con sus victorias. Esa que es común en los mundiales y que hace de este torneo, una competición fascinante.
Es cosa de revisar algunos ejemplos.
En 1950, Inglaterra hace su estreno en los mundiales (la FA se había desafiliado de la FIFA y por ello no participó en las primeras tres ediciones de la Copa del Mundo) y llega a Brasil con ínfulas propias de sentirse el “inventor” de este deporte.
Pero tras vencer en su debut a Chile (2-0) los ingleses cayeron por 1-0 ante Estados Unidos, un equipo compuesto por aficionados que ni siquiera tenían grandes antecedentes competitivos.
Golpe al mentón al orgullo inglés.
También le pasó eso a los italianos que, en 1966, cuando ya contaban con dos títulos mundiales (1934 y 1938) no pudieron superar la fase de grupos (donde también estaba Chile) al caer en el último partido ante Corea del Norte (1-0). Fue tal la vergüenza para los italianos que los jugadores, al llegar a su país, fueron recibidos con huevos y trozos de verduras por los “tifosi”.
¿Una más?
Por cierto que el triunfo de Chile sobre España en el Mundial de Brasil 2014.
El equipo español era en ese momento el campeón mundial vigente y aún tenía en su equipo la base del equipo que había logrado el título en Sudáfrica 2010.
Pero ese día en el estadio Maracaná, los goles de Eduardo Vargas y Charles Aránguiz configuraron la gran sorpresa del torneo. Tan en schock quedaron los españoles que su entrenador, Vicente del Bosque, al salir del estadio se subió al bus de Chile… pensando que era el de España.